martes, 13 de agosto de 2019

APRENDIENDO A SER LIBRES : LA ORGANIZACIÓN DE LAS FINANZAS.




APRENDIENDO A SER LIBRES

LA ORGANIZACIÓN DE LAS FINANZAS





Otra de las tareas que debió enfrentar la nueva república fue la organización de un sistema fiscal, cuyo rol principal hemos destacado ya. En sus últimos años el virreinato peruano dependió, para sus ingresos, fundamentalmente de tres tipos de impuestos: los impuestos al comercio, tanto externo (el derecho de aduanas o “almojarifazgo”) como interno (las alcabalas); las capitaciones que pagaban los indígenas y “castas” (el llamado tributo indígena); y los “estancos”. Estos eran monopolios estatales sobre la producción o comercialización de bienes clave, como el tabaco, el azogue, la pólvora o los naipes. Cada uno de estos grandes rubros rendía aproximadamente un tercio de los ingresos, aunque se complementaban con un variopinto añadido de casi medio centenar de otras imposiciones. 

Delicada labor implicó reorganizar estas finanzas. Una de las primeras novedades introducidas fue la supresión de las alcabalas, antecesoras de lo que hoy se conoce como el impuesto general a las ventas. Al final del régimen colonial, el monto de la alcabala equivalía al 6% del valor de la transacción, elevándose para el aguardiente al doble. La alcabala solo quedó en pie para la compraventa de inmuebles. La medida supresora se encaminaba a facilitar la apertura del mercado en el Perú. 

Interesante es comparar, al respecto, la evolución de países de densa población indígena que habían sido colonias españolas en América, como México, Ecuador, Bolivia y Perú. En el primero se respetó la abolición del tributo indígena decretada por las Cortes de Cádiz, pero se mantuvo la alcabala; mientras que en los países andinos la alcabala fue abolida, pero se reinstauró el tributo. La disyuntiva para el sistema fiscal estaba entre alcabala o tributo indígena. Ahí donde la mercantilización había avanzado más profundamente, como en México, se prefirió el impuesto a la compra- venta (es decir, la alcabala); donde el mercado era más pequeño y menos activo, la alcabala rendía poco y se prefirió el pago del impuesto de los indíegenas.. 


Resultado de imagen para aduanas siglo xix

El impuesto de aduanas tuvo una trayectoria más agitada. Era claro que si el país quería mejorar el rendimiento de las aduanas, los impuestos de internación de mercaderías debían ser rebajados, a fin de promover el ensanchamiento del comercio internacional. La primera tarifa, dictada por el Protectorado de San Martín, significó una liberalización del comer- cio, ya que el impuesto se redujo a un 20% para la mayor parte de bienes; se abrió el mercado peruano a la producción de todas las naciones y se mantuvieron muy pocas prohibiciones. Pero el mercado muy pronto se saturó, demostrándose que la capacidad de consumo local era reducida. En 1826 se dio una drástica elevación de las tarifas, que llegó al 80% para varios productos que resultaban competitivos con la industria local (acei- tes, aguardiente, cueros, muebles, manteca, ropa hecha, tocuyos, tabaco y velas). Los ingresos de aduana, naturalmente, se redujeron. ¿Qué convenía entonces? La polémica entre librecambistas y proteccionistas quedó abier- ta y llegó a envolver al Perú en la guerra civil que fue la Confederación Perú-Boliviana. Mientras los primeros argumentaban que era la integra- ción al mercado mundial el camino que conducía a la prosperidad econó- mica, señalando como ejemplo a Inglaterra; los segundos sostenían la tesis de la “industria naciente”, necesitada de protección para su consolidación, y mostraban a los Estados Unidos como ejemplo. Una nueva tarifa, en 1833, apenas redujo los impuestos, pero en 1836 las reducciones fueron más importantes. 


En el ínterin los representantes de las grandes naciones exportadoras hacia América (Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos) presionaron para la apertura de la economía, hallando como aliados internos a ideólogos del libre cambio y a los comerciantes importadores. Los proteccionistas tenían el apoyo de naciones vecinas, como Chile, país con el que en la práctica funcionaba una suerte de pacto binacional de libre comercio, excluyente de las grandes naciones del norte. 


Resultan interesantes los estudios del historiador Paul Gootenberg, quien comprobó que hasta que no se produjo el advenimiento de la era del guano, en 1850, el Perú no se doblegó frente a los requerimientos de las potencias económicas del mundo, manteniéndose una actitud pendular entre una política u otra, predominando en líneas generales el proteccionismo. Las naciones fuertes no se imponían fácilmente sobre las débiles; aunque para ello resultaba decisivo el desorden político local, así como una actitud nacionalista como reacción al pasado colonial. 

La mayor parte de estancos fueron abolidos, permaneciendo en pie solo el de los naipes, que era el menos importante. Se aplicaba así el principio de que la acción económica del Estado no debía invadir el espacio de la sociedad civil, pero en contrapartida se restauró en 1826 la capitación indígena. La justificación de este tributo, además de la razón práctica de asegurar ingresos fiscales al Estado, se basaba en que los indígenas, al carecer de títulos de propiedad individuales sobre sus tierras, escapaban al impuesto predial; como tampoco consumían importaciones (lo que no era plenamente cierto, aunque sí en términos generales), tampoco contribuían con derechos de aduana. El tributo indígena funcionaba para ellos como una “contribución única” y se entendía como la contraprestación por el respaldo que el Estado daría a la posesión de sus tierras. 


Ya durante el gobierno del virrey Abascal se había incorporado al pago del tributo a las denominadas “castas” (quienes no eran indígenas, sino sobre todo mestizos, pero se hallaban inscritos en el mismo régimen económico de aquellos). Durante las décadas iniciales de la república se realizaron esfuerzos por empadronar a esta población tributaria, para que su tributo fuera efectivamente una “capitación” individual y no un impuesto a un sujeto colectivo (la “comunidad”), bajo la mediación de las jefaturas étnicas. Fue así que se realizaron los censos de 1827, 1836 y 1850, cuyas gruesas inexactitudes han sido, sin embargo, criticadas. De cualquier manera, estos censos mostraron que la población crecía a un ritmo poco menor al 1% anual, que era bajo si lo confrontamos con la demografía eu ropea de la época, pero era crecimiento al fin. La recuperación demográfica habíase iniciado ya en la época colonial. En 1850 la población peruana era más o menos el doble de la de un siglo atrás, llegando a alcanzar en esa fecha los dos millones de habitantes. 

La individualización del tributo de indígenas y castas tuvo como resultado la privatización de hecho (ya que no siempre de derecho) de las antiguas tierras y bienes comunales que se habían separado en cada comu- nidad para afrontar el tributo, lo que debilitó seriamente a las comunida- des campesinas como instituciones corporativas de la sociedad rural. 

La república no se atrevió a alterar los montos del tributo, manteniéndose vigentes los que rigieron hasta 1820. Estos, a su vez, tenían un origen mucho más remoto y respondían a la presunta capacidad económica de las comunidades en los siglos anteriores. Como resultado de esta decisión, los indígenas del sur pagaban montos significativamente mayores a los de la sierra central, y estos, a su vez, mayores que los de la sierra norte. Tal vez ello pueda explicar el mayor crecimiento demográfico de esta última región a lo largo del siglo XIX. 
La política de mantener los montos coloniales en el pago del tributo de indígenas y de castas pudo obedecer —además del temor de introducir novedades en un tema tan delicado— al hecho de que, según el censo de 1827, era claramente el sur la parte más poblada del país. Los departamentos de Puno, Arequipa (que englobaba los actuales de Moquegua y Tacna, además de Tarapacá), Cuzco (que incluía Apurímac y Madre de Dios) y Ayacucho (que incluía Huancavelica) representaban el 52% de la población nacional. La región del centro (departamentos de Lima, Ica, Junín —que incluía Pasco y Huánuco— y Áncash) representaba el 28%; correspondiendo al norte (departamentos de La Libertad —que incluía los actuales de Tumbes, Piura, Cajamarca y Lambayeque— y Amazonas —que incluía Loreto, San Martín y Ucayali—) solo el 20%. 


Una polémica entre el libre comercio y el proteccionismo
Flora Tristán, quien estuvo en el Perú entre 1833 y 1834, rememora en su famoso libro Peregrinaciones de una paria (París, 1838) el siguiente diálogo entre ella y el coronel San

Román, en Arequipa. El texto representa los argumentos del librecambismo y el proteccionismo, encarnados por Tristán y San Román, respectivamente. Tomado de la edición de  1946 hecha por Cultura Antártica (trad. de Emilia Romero). Lima, pp. 350-351.

“—Nuestro sistema, señorita, es el de la señora Gamarra, Cerraremos nuestros puertos a esa multitud de barcos extranjeros que vienen a infestar nuestro país con toda clase  de mercaderías que venden a tan bajo precio, que la última de las negras puede pavonearse adornada con sus telas. Usted comprende, la industria no podrá nacer en el Perú con semejante concurrencia. Y mientras sus habitantes puedan conseguir en el extranjero, a vil precio, los objetos de consumo, no intentarán fabricarlos ellos mismos.

—Coronel, los industriales no se forman como soldados y las manufacturas tampoco se establecen como los ejércitos, por la fuerza.
—La realización de ese sistema no es tan difícil como usted lo cree. Nuestro país puede proporcionar todas las materias primas: lino, algodón, seda, lana de una finura incomparable, oro, plata, hierro, plomo, etc. En cuanto a las máquinas, las haremos venir de Inglaterra y llamaremos obreros de todas las partes del mundo.

—¡Mal sistema coronel! Créame, no es aislándose, como harán nacer el amor por el trabajo, no excitarán la emulación.

—Y yo, señorita, creo que la necesidad es el único aguijón que obligará a este pueblo a trabajar. Observe también que nuestro país se halla en una posición más ventajosa que ninguno de los de Europa, pues no tiene ejército gigantesco ni flota que sostener, ni una deuda enorme que soportar. Se encuentra así en circunstancias favorables para el desarrollo de la industria. Y cuando la tranquilidad se restablezca y hayamos prohibido el consumo de mercaderías extranjeras, ningún obstáculo se opondrá a la prosperidad de las manufacturas que establezcamos nosotros.

—¿Pero no cree, usted, que por mucho tiempo todavía la mano de obra será más cara aquí que lo es en Europa? Ustedes tienen una población muy escasa y ¿la ocuparán en la fabricación de tejidos, de relojes, de muebles, etc.? ¿Qué sucederá con el cultivo de las tierras, tan poco avanzado y con la explotación de las minas que se han visto obligados a abandonar por falta de brazos?

—Mientras estemos sin manufacturas, los extranjeros continuarán llevándose nuestro oro y nuestra plata.

—Pero coronel, el oro y la plata son productos del país y más que otra cosa, perderán su valor si no los pueden cambiar con los productos del exterior. Le repito, la época de establecer manufacturas no ha llegado todavía para ustedes. Antes de pensar en ello hay que hacer nacer en la población el gusto por el lujo y por las comodidades de la vida, crearle necesidades a fin de inclinarla al trabajo, y sólo por la libre importación de mercaderías extranjeras lo conseguirán. Mientras el indio camine con los pies descalzos se contentará con una piel de camero por todo vestido, con un poco de maíz y algunos plátanos para alimento y no trabajará.

—Muy bien señorita, veo que defiende con celo los intereses de su país.
—¡Oh! No creo olvidar en esta circunstancia que pertenezco a una familia peruana.

Deseo ardientemente ver prosperar a esta nación. Instruyan al pueblo, establezcan comunicaciones fáciles, dejen el comercio sin trabas, y verán entonces cómo la prosperidad pública marchará a pasos de gigante. Sus hermanos de América del Norte han admirado al mundo por la rapidez de sus progresos empleando los medios muy sencillos que le propongo.”


No hay comentarios:

Publicar un comentario